Circulando por el Madrid de las palabras
Circulando por el Madrid de las palabras
Ruta literaria por Madrid en taxi – por Azucena
Iniciamos nuestro viaje en el Hotel Palace, punto de encuentro entre el lujo, la historia y la literatura. Frente a sus puertas, la ciudad parece despertar con un rumor de motores, gente caminando con sus teléfonos móviles y cafés recién servidos. Hoy recojo a un pasajero especial: un lector que quiere conocer el Madrid de las palabras.
Nos incorporamos al Paseo del Prado, dejando atrás el eco de los pasos que un día inspiraron a Benito Pérez Galdós. A la derecha, los árboles centenarios custodian museos, fuentes y secretos. Avanzamos hasta la Plaza del Descubrimiento, donde las figuras de piedra parecen mirar al pasado con la solemnidad de quien ha leído demasiado.
Giramos hacia Recoletos, y antes de alcanzar la plaza nos detenemos unos segundos ante la Biblioteca Nacional, custodio de la memoria escrita. Su fachada parece observarnos con la gravedad de quien guarda siglos de palabras. “La historia de Madrid se puede leer sin abrir los libros: basta con recorrerla”, escribió Ramón Gómez de la Serna. Cada rincón nos muestra una historia, un personaje y “sus disparates”.
Tomamos de nuevo el paseo en dirección a Cibeles, y a nuestra derecha se alza el mítico Café Gijón, corazón del mundo de las artes y las letras. Allí discutían, en diferentes épocas, Pérez Galdós, Valle-Inclán, Pío Baroja, Benavente, Lorca, Umbral o Cela, entre humo de tabaco y vasos de café, defendiendo cada uno su verdad a golpe de tertulia. Aún parece escucharse aquella frase de Francisco Umbral: “Madrid es más que una ciudad, es una excusa para escribir.”
Le cuento al pasajero que Madrid también ha sido retratada en su crudeza más humana. “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las estadísticas)”, escribió Dámaso Alonso en su poema Insomnio, dibujando la posguerra con una mirada tan lúcida como desgarradora.
Arrancamos de nuevo y subimos por la calle Alcalá. A la izquierda queda el Círculo de Bellas Artes, con su azotea abierta al cielo; a la derecha, el Instituto Cervantes, guardián del idioma que nos une y nos nombra. Enseguida nos adentramos en la Gran Vía, ese gran escenario donde los cronistas modernos encuentran el pulso de la ciudad. Su bullicio es parte del relato: escaparates que cambian, neones que iluminan el pasado y el presente de una urbe que nunca duerme. “Madrid me mata, pero me gusta morir aquí”, escribió Umbral.
Bajamos hacia la Plaza de España, donde el monumento a Cervantes se alza vigilante entre los rascacielos. Seguimos por la calle Mayor, camino de la Plaza Mayor, donde el eco de los siglos aún resuena entre los soportales. Allí convivieron el bullicio del mercado, las fiestas populares y las ejecuciones, todo observado —y narrado— por escritores y cronistas que hicieron del costumbrismo un arte.
Finalmente llegamos a la Puerta del Sol. En la esquina de la calle Esparteros, donde hoy hay un establecimiento de comida rápida, se alzaba la iglesia de San Felipe el Real. En sus escalinatas, durante el Siglo de Oro, se reunían Lope de Vega, Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Tirso de Molina y Calderón de la Barca, intercambiando ideas y sátiras bajo el mismo cielo madrileño. Aquella esquina fue el primer “foro literario” de la ciudad, el corazón palpitante de una época en la que Madrid empezó a contarse a sí misma.
Desde Sol nos dirigimos al Barrio de las Letras, donde cada calle conserva grabadas frases de los grandes autores del Siglo de Oro. Lo hacemos por la calle del Príncipe, frente al Teatro Español, en la plaza de Santa Ana donde posa la estatua de Federico García Lorca, quien escribió: “El teatro es poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse humana, habla y grita, llora y se desespera.” Pasamos junto a la casa de Lope de Vega, muy cerca de donde vivió Cervantes, y a cada paso parece oírse el susurro de versos antiguos. “En Madrid, todo se lee, hasta las aceras”, comento al pasajero mientras avanzamos por la calle Huertas.
De ahí nos adentramos en Lavapiés, un barrio mestizo que respira poesía contemporánea. En sus paredes hay grafitis que parecen nuevas formas de literatura urbana, versos improvisados que hablan de migración, diversidad y esperanza. Luego tomamos rumbo a Malasaña, donde los ecos de la Movida conviven con librerías de autor y cafés donde jóvenes escritores teclean en silencio. Madrid, pienso, sigue escribiéndose cada noche, entre semáforos y conversaciones. Aquí también vivió Almudena Grandes, quien escribió: “No hace tanto tiempo, en este mismo barrio, la felicidad era también una manera de resistir.”
Ya casi al final del recorrido, bordeamos el Retiro. Detrás del Museo del Prado, como una centinela silenciosa, se alza la Real Academia Española, vigilante de las palabras que usamos, las que olvidamos y las que aún están por inventar.
Dejamos al pasajero en la Cuesta de Moyano, ese mercadillo de libros donde todo viaje literario puede continuar. Allí, entre ejemplares gastados y tapas de colores, el lector puede escoger su propio destino. Porque en Madrid, como en los buenos libros, cada final es siempre un nuevo comienzo.
Lugares mencionados
- Hotel Palace
- Paseo del Prado
- Biblioteca Nacional
- Café Gijón
- Círculo de Bellas Artes
- Instituto Cervantes
- Gran Vía
- Plaza de España
- Plaza Mayor
- Puerta del Sol
- Barrio de las Letras
- Lavapiés
- Malasaña
- Parque del Retiro
- Real Academia Española
- Cuesta de Moyano
Texto y ruta: Azucena · TurisTaxi

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